Tuvimos suerte y las mochilas salieron en seguida, así que nos apresuramos a salir del aeropuerto dispuestas a recoger el coche, que teníamos reservado a las 9 de la noche, y, claro, con el retraso de una hora, nos faltaban 15 minutos para que nos cerraran la oficina de Thrifty. Vaya la sorpresa, cuando al salir de la terminal, no había oficina de Thrifty. Pero, por suerte, uno de los muchos taxistas que había en la entrada, se acercó a echarnos una mano y nos dijo que cada 10 minutos pasaba una furgo a recoger a viajeros con reserva de coche, ya que muchas de estas empresas se encuentran a unos kilómetros del aeropuerto (dicen que las que hay exactamente en la terminal te cobran un porcentaje extra!).
Recogimos el coche y pasamos media hora con el chico de la oficina, muy simpático, que nos enseñó como iba el gps (al que bautizamos como Tica). Contratamos el seguro a todo riesgo y para nuestra grata sorpresa el chico nos dijo que éste incluía rotura de lunas... ideal para unas carreteras como las que íbamos a encontrar! Además, por el mismo precio, podíamos dejar el coche en cualquiera de sus oficinas, así que no nos obligaba a volver a San José a devolver el coche... qué bien!
Bueno, y allí estábamos nosotras dos, con las maletas en el maletero de nuestro Daihatsu 4X4, (Bego, para los amigos) y de pie mirando lo grande que puede llegar a parecer un todoterreno cuando te toca conducirlo... Ester me mira, yo la miro y ninguna tenía muchas ganas de sacar el coche de allí. Ella fue la primera en hablar, así que me tocó a mi llevar aquel pedazo de armario, que nada se parecía a my little scoopy. Bego y yo nos llevamos genial casi desde el principio y mientras Ester se peleaba con Tica para encontrar la dirección a Villa Pacandé yo emprendía el camino hacia Alajuela, según nos había explicado el chico del renting.
Parece un milagro (si, mi orientación es patética), pero llegamos a Villa Pacandé sin tener que dar ningún rodeo, vamos, a la primera. Llegamos agotadas, en 10 minutos. Allí nos esperaba un sr. que nos dejó entrar y nos llevó a la habitación directamente. Me pregunté porque teníamos 2 camas de matrimonio enormes en una habitación doble... pero descubrí que en Costa Rica las camas suelen ser muuuy grandes!
Me despierta la luz del sol entrando por el gran ventanal... ¡Nos hemos dormido! pienso asustada. Queríamos llegar pronto al Poas, pues las nubes cubren el cráter a partir de las 10 de la mañana. Miro el móvil y sorprendentemente no son ni las 6 de la mañana. No puede ser que semejante luz entre a esas horas, pero si, al final te acabas acostumbrando a que el sol salga a las 5 de la mañana y se ponga sobre las 5 y media de la tarde. El desayuno no se servía hasta las 7 ó 8, creo recordar, así que nos dió tiempo a ducharnos y salir al jardín un rato. Mientras desayunábamos, detrás teníamos una pareja de navarros, que ya llevaban unos días por allí y que también planeaban dirigirse al Poas esa mañana. Tras juguetear con el hijo pequeño de la encargada, nos encaminamos hacia el volcan Poas. La chica nos aconsejó que dejáramos las mochilas allí, ya que la carretera de Vara Blanca estaba cerrada y para ir hacia Arenal debíamos ir por la Interamericana.
Llegamos al volcán, donde no hubiera habido ningún problema por dejar allí las mochilas a la vista, y nos encaminamos hacia el cráter. Había poca gente asomada y todo el mundo estaba preparado, cámara en mano, para cuando las pocas nubes que habían permitieran sacar la foto perfecta. Y allí, nos añadimos al grupo, a esperar. Y duró poco la espera, porque un golpe de aire se llevó la niebla y nos permitió ver el cráter y la humareda que salía de él. Era impresionante ver aquella pequeña laguna, que debía estar a muchos grados de temperatura. Era de un color aturquesado y de ella salía una columna de humo muy espesa. Nos quedamos allí sacando fotos a tutiplén y luego nos dirigimos a la laguna Botos, que estaba a poca distancia. Allí no tuvimos tanta suerte y la encontramos prácticamente tapada. Podías adivinar algunas líneas de la orilla entre la neblina, pero nada que ver con el cráter del Poas. Cuando ya nos íbamos, la pareja de navarros llegaban a la laguna. Intercambiámos unos comentarios y nos fuimos contentas por haber cumplido nuestra primera misión: Ver el Poas! Próxima parada: Volcán Arenal.
Pero antes, las mochilas nos esperaban en Villa Pacandé. Enchufé a Tica y nos encaminamos hacia el hotel. Creo que fue la 3ª vez que pasamos por el mismo pueblo cuando empezamos a creer que nos habíamos perdido... y evidentemente así era. Tras hora y media de dar vueltas, decidimos hacer caso a Tica, que nos decía que Alajuela no era aquel pueblo que nosotras nos habíamos empeñado en rebautizar... Finalmente, acabamos yendo a Hotel Pacandé para que nos dijeran donde estaba Villa Pacandé. Llegamos 2 horas más tarde de lo previsto y con un mal humor considerable. Teníamos que llegar a Arenal y nos quedaban unas cuantas horas por delante... Si aquella iba a ser la tónica del viaje con Bego... me temía que la cosa iba a acabar mal entre Ester y yo. Acabamos recogiendo las mochilas, cruzando 4 risas con los de Villa Pacandé y nos encaminamos hacia la interamericana. También aquí nos perdimos un ratito. No sé porqué, no nos acabábamos de fiar de Tica, que se empeñaba en llevarnos por Vara Blanca, cuya carretera estaba cerrada, supongo que debido al terremoto de enero, lo que nos hizo dudar de hacer una visita a las cataratas de La Paz. Por suerte, no fuimos y los navarros que volvimos a encontrar una semana más tarde, nos dijeron que hicimos bien en saltarnos la visita.
Al final, engañando al GPS, logramos llegar a lo que parecía el buen camino hacia La Fortuna. Acabamos yendo por Naranjo y Ciudad Quesada, aunque unos días más tarde alguien nos comentó que era más rápido por San Ramón. Incluso nos paró la policia y, ante nuestra sorpresa, nos cachearon el coche mirando incluso dentro de la funda de los cds...Total, llegábamos a La Fortuna a media tarde, con una luz maravillosa y el volcán Arenal nos daba la bienvenida mostrándonos todo su esplendor y sin ninguna nube que lo impidiera... Paré el coche en medio de la carretera y le dije a Ester que sacara unas cuantas fotos, que aquello que estábamos viendo era bastante difícil de observar, pues ese volcán siempre estaba tapado. Había momentos que la magia del volcán me hipnotizaba hasta tal punto, que Ester me tenía que llamar la atención para que mirara la carretera.
Nuestro destino final no era exactamente La Fortuna, sinó el Arenal Observatory Lodge, donde íbamos a dormir esa noche. Este lodge está dentro del PN de Arenal, por lo que hay que rodear el volcan y entrar en el PN. La carretera, una vez coges el desvío, fue nuestra primera gran experiencia con las carreteras ticas. Lo que aquí se llama literalmente pista forestal, es un camino de rosas, comparado con la mayoría de las carreteras sin asfaltar de Costa Rica. Y la que nos llevaba al interior del parque era un buen ejemplo. Tardamos media hora en llegar al hotel, claro que, no me atrevía a poner la 3ª marcha... Cuando vi que incluso los coches normales me adelantaban, empecé a plantearme porque llevábamos un todoterreno. Una vez en el observatorio nos dieron la habitación, LA HABITACIÓN. No pudimos tener más suerte, pues reservamos en La Casona y nos tocó la Room n.1. Puedo decir, sin ninguna duda, que es la mejor con diferencia. A los pies de nuestra cama había 2 butacas que miraban directamente por un gran ventanal en el que se veía el volcán. Y a la izquierda de la cama, teníamos otro ventanal, por el que se veía la laguna Arenal. No pudimos tener más suerte por menos dinero.
Como apenas quedaba ya luz del día, se nos ocurrió que era el momento perfecto para aprovechar y visitar unas termas. Nos decidimos por las Baldi, económicas y con muchas piscinas. Tuvimos suerte y no estaban masificadas en absoluto. De hecho, eran tan grandes que no las acabamos de ver y nos quedamos a medio camino, en una barra de bar en medio de una gran piscina sin nadie alrededor. Sólo se escuchaba la conversación que manteníamos con un agradable camarero. Nos tomamos nuestra primera Imperial en mitad de una piscina calentita. Estuvimos una hora charlando con aquel chico, que nos invitó a algunos cigarros, mientras caía un buen chaparrón. Cuando dejó de llover decidimos dejar las termas, ya que parecíamos abuelitas, con todos los dedos de los pies arrugaditos. Nos acercamos a un super en La Fortuna, compramos algo para picar y unas Imperiales y nos dirigimos al observatorio. Aunque a las 10 de la noche cerraban el portón del parque, íbamos con mucho tiempo de antelación, porque queríamos ver la lava caer a los pies de nuestra habitación. Apagamos las luces y nos quedamos observando la oscuridad. Sabíamos que el volcán estaba allí, delante nuestro, pero no se veía nada. Hasta que en mitad del cielo oscuro vi una mancha roja. Allí estaba la lava saliendo del cráter. Aunque el volcán estaba medio tapado, pudimos ver algo de lava caer... digamos que no estaba muy activo. Tanto relax pudo con nosotras prontito y teníamos que levantarnos pronto para dar una vuelta por los alrededores del volcán.
Al día siguiente, lo primero que hice al incorporarme fue mirar hacia el Arenal, pero estaba medio tapado, vamos, lo típico. Duchita en el baño compartido, muy aseadito, y superdesayuno en una terraza con vistas impresionantes. Desde la mesa que daba al volcán vi mi primer colibrí. Cómo pueden mover las alas tan rápido??
Parecíamos las más madrugadoras, pues cuando nos íbamos, llegaban todos los huéspedes con cara de sueño. Cogimos a Bego y a Tica y nos fuimos a la entrada del PN. Allí pagamos creo que 10 $ y dejamos el coche en el segundo parking. No vale la pena realizar el sendero (Heliconias) que te lleva del primero al segundo parqueo. Allí no había ni un alma ni un coche. Sabíamos que íbamos a ser las primeras en llegar al volcán por el sendero de Las Coladas. A los 5 minutos de caminar por el estrecho sendero, escuché un ruido cerca nuestro y al mirar había dos pizotes que se alejaban al vernos. Empezamos a caminar y caminar y en cuestión de algo más de media hora llegamos a la colada de lava de la última erupción de 1.992. Una vez te encaramas por las rocas volcánicas llegas a un cartel que dice que más vale que no pases de ahí porque podría ser peligroso. Nos quedamos calladas un rato y nos dedicamos a escuchar la llamada del volcán, que se escuchaba bastante bien: rocas que caían por la falda de la montaña, explosiones. La verdad es que era mágico. Enconces empezarona a llegar parejas y grupos y llegó la hora de marcharnos. Emprendimos el mismo camino de vuelta, en el que vimos a una ardilla enganchada a un junco. Nos dirigimos a patita hacia el mirador que hay pasada la entrada de los senderos. Algo primas si que fuimos porque había un cartel que parecía impedir el paso de los coches, pero cuando llevábamos la mitad del camino, nos pasó un todoterreno de guiris. Total, el volcán estaba medio tapado y las vistas tampoco eran impresionantes. Hubiera sido mejor si hubiera estado destapado. Empezó a llover y fue hora de volver a recoger a nuestra querida Bego. Queríamos buscar otro hotel que nos ahorrara la pista forestal hasta el observatorio a la mañana siguiente. Así que hicimos el check out, nos despedimos del loco del recepcionista, que me echó un discurso de un cuarto de hora sobre Gaudí y Barcelona y me pidió que le entregara un plato con comida caliente al chico que abría la puerta del parque.
No tardamos mucho en encontrar otro hotel, gracias a nuestra inseparable Lonely: Erupciones Inn. Nos hizo un muy buen precio y estábamos también frente al volcán. De hecho, creo que éramos las únicas inquilinas. Estábamos rodeadas de campo vallado con caballos que se acercaban hacia nosotras para que los acariciáramos. Desde allí, queríamos ir a las cuevas del Venado y a la catarata de La Fortuna, pero la encargada del hotel nos dijo que no nos daría tiempo, que mejor fuéramos a la catarata. Y así lo hicimos.
Allí llegamos, bajamos los casi 500 escalones. La bajada bien, la subida con un tormentón fue lo más duro. La verdad es que el salto de agua es impresionante y si no fuera por las lluvias de la noche anterior, quizá el rio no hubiera bajado tan marrón. Lo cierto es que no apetecía mucho bañarse en aquellas aguas, que parecían pantanosas... Más adelante nos explicaron que si el río baja claro, es impresionante bañarse entre aguas cristalinas llenas de peces. Hay que ver como cambian las cosas con el tiempo en este país... La tormenta torrencial empezó a caer cuando ya llegábamos al coche, pero tuvimos que esperar un poco... Al ver que no arreciaba, tras comprar el diario de viaje y liar algun pitillo, fui a recoger el coche bajo la lluvia y lo acerqué a la cabaña de entrada de la catarata. Una pareja catalana se nos acercó. Resulta que habían ido caminando desde La Fortuna y nos pedían si les podíamos acercar al pueblo. Como nos iba de paso y queríamos parar en el pueblo, les llevámos con nosotras. Luego buscamos un bar donde tomar unas cervezas y decidir hotel para Monteverde para el día siguiente.
Un par de Imperiales, primeras páginas de nuestro diario, unos pitis observando la plaza principal de La Fortuna, haciendo tiempo para ir a cenar. Fuimos a Don Rufino, que tiene una barra que da a la calle. Nosotras comimos genial, en la barra de dentro, mientras veíamos como los camareros hacían concursos de cócteles entre ellos. Luego, agotadas, nos fuimos hacia el hotel a dormir.
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